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miércoles, 8 de febrero de 2017

La madre que nos parió

Uruguay tuvo un enero de 2017 con desgraciados casos de violencia de género donde los femicidios ocuparon las primeras planas de los medios de prensa. Uno de ellos tuvo como protagonista a un Policía que lejos de honrar su uniforme mancilló al género masculino todo con una muerte que pudo evitarse de haberse aplicado un protocolo vigente. No fue la única, pues parece que cuando ocurre un caso enseguida le sigue otro como una especie de efecto contagio que lo único que deja en evidencia es lo mal que estamos como sociedad. Venimos a la vida de las entrañas de una mujer, ¿cómo podemos olvidarnos de eso? Olvidarnos de la madre que nos parió...

¿Quedan valores?

Me resisto a pensar que nos derrotaron, que nada tiene ya una vuelta atrás y que es imposible torcer el rumbo actual. Es cierto que el deterioro es grande, que tiene raíces que fueron creciendo de un modo oculto hasta que finalmente rompieron la tierra y brotaron para multiplicarse por todos los rincones de este “bendito -pero enfermo- país”. Retoños que crecieron en espacios desestructurados, donde el vínculo familiar se fue rompiendo casi sin darnos cuenta. Presos del consumismo, del individualismo o simplemente por la necesidad de subsistencia que llevó a que la mujer dejara de ser referente permanente de los hogares para salir “a parar la olla”, porque con un ingreso no alcanzaba.

No logro entender la causa de tantos excesos de violencia que terminan en tragedias, hasta parecen hechos increíbles; pero la cruda y triste realidad nos golpea fuerte y duro. Que esos golpes sirvan para despabilarnos, es una cuestión de madurez social que espero tengamos como colectivo. Es imposible creer que esta realidad -que no necesita cuantificarse, basta con que haya un caso- sea algo que no pueda revertirse.

¿Acaso la sociedad uruguaya ya no tiene esos valores que supimos ostentar no hace tanto tiempo? Capaces de hazañas deportivas y humanas, derrotamos a los poderosos y a los elementos para sobrevivir a toda lógica, expectativa o estadística, siendo referencia mundial que registra la historia.
Uruguay vive una etapa de crisis de valores que no podemos permitir que siga creciendo, y para ello, hay que trabajar mucho desde la infancia misma para que los nuevos “uruguayitos” tengan sólidamente arraigados esos valores que nos inculcaron nuestros padres.

Ya sé que no es tiempo de excusas, que hace más de una década que gobierna la izquierda, pero también es cierto que durante mucho más que una década se fueron dando circunstancias que rompieron aquellas sólidas estructuras sociales y hoy padecemos sus consecuencias.  No importa de quien fue la culpa, importa que ahora somos todos responsables de dar vuelta la pisada y empezar a construir un camino virtuoso.

Es hora de volver a la familia, en primer lugar, a cuidar ese vínculo y fortalecerlo para -desde ese lugar- derramar valores al resto del entorno, el barrio, la escuela o el liceo, el trabajo, la ciudad, y el país todo.

Que vuelva la cortesía

¿Por qué no intentamos alguna campaña que ofrezca como recompensa una sonrisa? Acciones que rescaten la cortesía, el buen trato, la cordialidad, el respeto al diferente. Nos la debemos de manera urgente, a riesgo de perderlo todo, un riesgo demasiado caro.

Que vuelva la cortesía de ceder el asiento a los ancianos, a las mujeres, a los padres que cargan niños pequeños. Que vuelvan las vecinas a barrer los cordones de sus calles pensando en el vecino y compartiendo con este la limpieza de todo el barrio. Que vuelvan los gestos de buena vecindad, el saludo, la colaboración desinteresada.

Que vuelva el disfrute colectivo, la tribuna compartida, que la violencia sea solo un mal recuerdo y no un recurso permanente en nuestras casas, en un espectáculo deportivo, en la calle, en el trabajo o en cualquier lugar que quiera imponerse.

Nos debemos ese recupero a riesgo de perder esa identidad que aún nos permite ser reconocidos como una isla en la región y el continente.

Que los uruguayos recuperemos la confianza en el otro, que nos cuidemos entre todos, que dejemos de ser extraños de cercanía para ser conocidos del barrio, del colegio, del trabajo o donde quiera estemos.

Solo cultivando valores sumaremos confianza, y con esta recuperaremos aquel tiempo perdido que nos ha llevado a estos tristes resultados.

el hombre saludaba al vecino,
el perro compartía un hueso

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