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sábado, 17 de septiembre de 2016

Sur, “Mercosur”...¿y después?

El Tratado de Asunción está en tela de juicio a estar por los últimos acontecimientos que se derivaron a partir de la Presidencia Protémpore asumida (con fórceps) por la República Bolivariana de Venezuela. Presidencia que fue bloqueada con aviso de expulsión por estos días. Los cambios en el espectro electoral de nuestra América Latina han ido acompañados del cambio en el humor de los Estados miembros del bloque que afectan irremediablemente sus relaciones. Mientras los vaivenes de ese relacionamiento cunde en esos ámbitos, la oposición uruguaya se hace eco presionando para que Uruguay siga el ritmo de los socios que pujan por expulsar a Venezuela del acuerdo. Poco les importan los productores lecheros, por ejemplo, quienes aún a pesar de cierto retraso en los pagos, colocaron a precios increíbles una producción que trajo oxígeno al sector (en estos días se recibió otro pago por dicha venta). Uruguay mantiene una posición conciliadora que se da de frente con la presión de los socios mayores que quieren la expulsión sin más. Con un fuego cruzado de afuera y de adentro, la Cancillería uruguaya hace equilibrio con una enorme dosis de sentido común y sin atender el grito de la tribuna que se menea al compás de lo que le conviene un día sí y otro también.


Espejos americanos

Los ciclos electorales se dan de bruces con la intencionalidad política que aspira a que la oleada derechista, que ha ganado espacios en nuestros socios mayores, se haga realidad en nuestro país. Asumen los hechos como una condición inevitable de que lo que ha pasado en Argentina y Brasil se producirá también en el Uruguay, sin darse cuenta que el desfasaje electoral juega a favor del progresismo uruguayo.

Es que basta darles tiempo a los regímenes vecinos para que muestren, no solo la intención manifiesta de sus proyectos neoliberales sino, también, para que empiecen a dar señales claras de su gestión en desmedro de los intereses populares. Así está ocurriendo con el gobierno de Macri, cuya gestión en los primeros meses arroja guarismos preocupantes de incremento de la pobreza a los que suma el impresionante tarifazo de los servicios públicos. Brasil, para no ser menos, a escasos días de consumado el “impeachment”, empieza a delinear una intencionalidad manifiesta de quienes asumieron el poder por vía indirecta, con los anuncios de privatizaciones que afectarán -indudablemente- a los que menos tienen.

Y por si fuera poco no tienen el menor reparo de revelar sus intenciones anti bloque como  ha ocurrido recientemente con el episodio que protagonizara el ministro de Agricultura norteño – Blairo Maggi – recomendando a Corea del Sur a comprarle carne a Brasil antes que a Uruguay pues el mercado brasileño le asegura millones de oportunidades más que el uruguayo para los productos coreanos.

Es cierto que Uruguay no depende del bloque sur como antes pero sigue existiendo dependencia en algunos aspectos y como ya dijera el ex Presidente Mujica, los países vecinos no se mudan y hay que saber vivir con las diferencias. Lo triste de todo esto es que en una sociedad como el Mercosur esas asimetrías se hagan valer de esta forma, pues atenta contra el interés común de un acuerdo pensado para atender objetivos estratégicos.

Esa forma de leer y entender el Mercosur es diametralmente distinta a la que ostentaron los gobiernos de Lula y Dilma, para quienes Uruguay era un socio estratégico que hacía valer su voto en el concierto internacional más allá del tamaño de su mercado interno. Esa forma de vernos y de valorarnos hacían la diferencia, hoy es notorio este tipo de actitudes mezquinas como la del episodio del ministro brasileño, que revelan que aquellos tiempos ya no existen.

Ahora bien, se puede decir mucho de cómo está funcionando el bloque pero Uruguay ha dado señales de madurez internacional y de país serio en ese tema. Se le reprocha su abstención en la última declaración del grupo por cuanto con la misma otorgó una prórroga a Venezuela para que adecue su normativa a las exigencias del bloque. Es cierto que bien pudo haber ejercido su poder de veto pero de haberlo hecho, la ruptura del bloque se consumaba ipso facto. Muchos pensarían que era el precio de mantener la dignidad intacta pero en la diplomacia -más aún en la diplomacia internacional- hay que ponderar muchos aspectos y el comercial no es menor para un país como el nuestro que está condicionado a llevarse bien con sus vecinos más próximos.

Y si la decisión que deba tomar el país implica asegurar fuentes de trabajo, las críticas se atemperan irremediablemente, por más que se insista en defender principios atendibles estos se agotan rápidamente cuando priman los reclamos de la gente por su fuente de ingreso. Es muy fino el hilo en ese punto de inflexión donde hay que tomar una decisión que afecta tanto a tanta gente.

Uruguay hizo todo el esfuerzo posible por respetar el acuerdo y los compromisos asumidos, pero en este juego estratégico de intereses políticos y comerciales, hay que pujar por un equilibrio que hoy parece estar lejos.

Mientras tanto, el objetivo sigue intacto. Uruguay debe seguir expandiendo sus mercados, solo así podrá aumentar su libertad económica sin depender de socios que abusan de una posición dominante haciendo de las asimetrías una ventaja.



el hombre se abstuvo,
el perro mordió su bronca....

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