Traductor

martes, 26 de julio de 2016

De ciclones y otras yerbas

Los uruguayos nos estamos acostumbrando a vivir de alerta en alerta, ya no se trata de esperar a Santa Rosa como Dios manda sino que nos adelantamos a cuanto temporal ande por la vuelta y nos enroscamos en pronósticos, mapas satelitales y demás. Ya no disfrutamos esa intempestiva llegada que le daba ese gustito a improvisación tan añorado. Extrañamos que con ellos llegaban otras acciones tan improvisadas como la movida climática: las viejas y queridas tortas fritas, los buñuelos y “ainda mais”. No hay con que darle, ahora con las tecnologías nos quedamos sin esos espacios de improvisación y ajuste a lo que viniera, haciendo -también- que vayamos perdiendo esa cuota de ingenio que traía aparejada una llegada como esas. Ahora, si nos mojamos es toda culpa nuestra y de nadie más, todo por estar por afuera de las redes sociales o por (ni siquiera) prender la caja boba o la radio para poder estar informados al instante. 


Esperando al ciclón


No estoy hablando de “los cuervos de Tinelli”, que es lo más cercano y parecido que pudimos conocer de ciclón alguno por estos lados, sino del fenómeno climatológico que descubrimos un día de agosto de 2005 para no olvidarnos nunca más.

Aquel día de agosto, Santa Rosa dejó de ser aquella señora que por esas fechas se enojaba con los uruguayos y nos derramaba sus torrencialidades húmedas, sus vientos arrachados y demás aditivos para queja y rezongo de cuanto uruguayo percibiera sus inclemencias. Ese 23 de agosto murió aquella santa mujer del folclore ambiental uruguayo para dar nacimiento a este fenómeno mayúsculo del clima mundial, tan parecido a un huracán o un tifón pero si algo bueno tenemos es que se llama ciclón porque es en el sur, donde nos gusta más decirle ciclón, ¿ta?

La cuestión de fondo es que tanta espera nos pone nerviosos, y empezamos a prepararnos para lo peor y entre lo peor está contemplada la decepción que puede originarnos si al final los vientos no llegan a la velocidad pronosticada, las lluvias no pasan de unos pocos chubascos, o si la granizada no llega ni a ser un agua nieve más o menos intensa.

Entonces pensaremos en los pronosticadores de turno, esos protagonistas modernos del comentario doméstico que nos impulsan a tomar partido siguiendo sus pronósticos. Menudo problema para Bonomi pues a las hinchadas de los clubes se suman otros hinchas, los de Núbel Cisneros, Guillermo Ramis, Juan Torraca, o el ya retirado Vázquez Melo (que retirado y todo sigue metiendo twitter y pronosticando de lo lindo).

Yo -particularmente- extraño aquellos tiempos en que salía de mi casa y me agarraba desprevenido un temporal, esos que se armaban de la nada y nos dejaban empapados pero con algo como para comentar y sufrir en carne propia.

Hoy ni eso nos dejaron, nos mataron la sorpresa, como lo hizo un día el ecógrafo que adelantó unos cuantos meses la incógnita maravillosa de saber el sexo de nuestros hijos. “Tanto adelanto no es bueno”, comentó una vecina, mientras recordaba las mil y una formas de adivinar si era varón o chancleta, con el método de la aguja o por la forma de la panza de la madre.

Tarjeta amarilla, (naranja), y roja 

Tan modernos nos pusimos que le copiamos al fútbol para identificar el nivel de riesgo según el color. Y los primeros que aprendieron la misma fueron los gurises que ya con el amarillo zafan de la falta haciéndose los dormidos mientras con una mano nos muestran el “whatsap” de sus compañeros pasándose la noticia del faltazo colectivo.

Esta falta de espontaneidad en los eventos climatológicos echó a perder la magia de no saber lo que se viene en materia de tiempo. ¿Dónde quedaron los informes fallidos, aquellos intentos donde uno tras otro erraban sistemáticamente los pronósticos, dándonos argumentos para hablar del tiempo? Nos dejaron sin argumentos en las charlas de barrio, o en la peluquería o en el boliche, ya no podemos tirar el tema sin que surja una aplicación que sustituya cualquier intento al respecto y nos deje con la palabra en la boca y mirando al cielo para identificar el momento exacto de la debacle atmosférica.

Los tiempos modernos vinieron con estos agregados que hacen del vaticinio o la adivinanza una ciencia exacta (aunque a veces le erren), para dejarnos sin la fiesta que aseguraba aquella ignorante (pero más saludable) forma de vivir cada día. 

Hoy los tiempos corren, las agujas del reloj avanzan a un ritmo que parece haber aumentado la velocidad. Y en esa vorágine entramos todos, adelantando acontecimientos y apurando momentos que antes se disfrutaban mucho más.

Es lo que hay valor, diría Kesman, mientras tanto aquí espero la llegada de ese viento huracanado -perdon, aciclonado- que vino un día a derribar sin más a una santa uruguaya que me invitaba a vivir los agostos en ciernes, con el paraguas a mano y la harina pronta para las tortas fritas...



el hombre miraba un mapa satelital,
el perro se hacía el dormido en la casilla...

No hay comentarios:

Publicar un comentario