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jueves, 30 de julio de 2015

¿Qué se pesca por las redes?

El Siglo XXI es el siglo de las comunicaciones, nadie lo discute. Este tiempo que transcurre lo vivimos al ritmo del facebook, twitter, whatsap, instagram, y otras tantas plataformas informáticas de uso social que nos marcan el día a día. Al punto que nos sentimos protagonistas de las mismas, generamos contenidos, y nos posteamos para hacer visible lo que hacemos y hasta lo que no hacemos. Tanta exposición nos ha dejado flancos indefensos, espacios privados que se han achicado al punto de generar -involuntariamente- vulnerabilidades no buscadas y menos, imaginadas. Hoy ese miedo virtual que se ha instalado lleva a dudar de un acuerdo como el del Plan Ceibal con Google, siendo que no tenemos tanto reparo al acordar -con la misma empresa- de forma cotidiana e individual cada día cuando generamos un correo electrónico o utilizamos su motor de búsqueda en nuestros PC's, o en nuestros bolsillos  con los teléfonos móviles. Redes cuya principal presa somos nosotros mismos, peces virtuales que nos dejamos atrapar sin resistencia hasta que un día nos vemos envueltos en sus hebras, atrapados y atados para siempre a su adicción de sentirnos parte de ellas.

Pescados por las pantallas

Escribo esta columna reconociendo desde ya ser parte de esta gran pecera que son las redes sociales. Esta misma columna  hace parte de ese mundo virtual de ondas y diseños, fotos y videos, posteos y hastags, blogs y páginas web. Todos queremos sentirnos parte de ese mundo nuevo que se nos da al alcance de la mano, en un teclado. 

Son las benditas redes sociales, esas que inciden en la vida de cada uno, y que tienen repercusiones colectivas por la masividad que constituyen y construyen de forma exponencial. No hay fronteras para las mismas, no hay barreras que no puedan derribarse en este mundo de contenidos múltiples.

Hoy vivimos al ritmo de estas tramas que ofrecen su abanico de opciones, tantas como internautas hacen uso de ellas. Un uso que tiene aspectos positivos pero también algunos que no lo son tanto. Por ejemplo, los comentarios ofensivos, que lesionan la sensibilidad de los que los reciben, y que se escudan en el anonimato. Las más de las veces, sin que signifiquen aporte alguno al tema que se trate.

Una nota periodística es un disparador casi inmediato de inimaginables comentarios que pretenden ser un termómetro de reacciones y opiniones de los destinatarios de la misma. Sin que signifiquen una medida exacta, pretenden ser una lectura aproximada de lo que piensan los que acceden al portal donde reside la misma. Sin embargo en múltiples ocasiones esa media se diluye en insultos o descalificaciones que nada aportan, generando un microclima negativo que además no es representativo de la realidad las más de las veces.

Un operativo policial genera reacciones encontradas muchas veces, algunas favorables a la fuerza policial en su combate al delito pero otras ofensivas o muy críticas, al punto de poner en duda lo que se afirma en el informe. Semejante juicio de valor -sin fundamentos que lo avalen- debería ser objeto de análisis antes de darle “me gusta” o “compartir”, hasta el límite de lo viral.

Todavía está fresco el caso de los secuestradores de niños para extraer sus órganos que llevó al extremo de cortar una ruta nacional en la capital sin que existiera ninguna denuncia que avalara lo que se difundía de manera irresponsable por las redes.

Una investigación posterior terminó comprobando que las fotos utilizadas en la difusión por facebook de la noticia eran de un país centroamericano (ni siquiera de la región), y que de los hechos narrados, nadie pudo dar prueba alguna de su veracidad. Incluso consultados quienes cortaron la ruta ninguno tenía conocimiento directo de los hechos, todos eran por “oídas” o “comentarios”.

En otro orden, una importante mayoría nos sentimos atrapados por las pantallas de nuestros celulares inteligentes o de nuestras tablets. Esclavos de una modernidad que nos quita tiempo real para mostrarnos imágenes a través de un cristal. Estamos perdiendo sentidos, o por lo menos la exquisita percepción del disfrute directo sustituyéndolo por la ansiosa necesidad de contar con una imagen para poder compartirla luego en las redes.

¿Quién no ha cedido, a la tentación de grabar un video o sacar una foto a un paisaje en lugar de quedarse un instante -siquiera- observándolo para que sea un recuerdo imborrable en nuestra memoria antes que una imagen almacenada en una tarjeta externa de un celular? Todos caemos en ese pecado venal de perdernos la maravilla real y directa, y la cambiamos, inconscientemente a veces, por esa construcción tecnológica que nos devolverá un día su reproducción en píxeles de alta definición. 

Nos vamos derrotando a sí mismos sin darnos cuenta que la magia de la naturaleza está más allá del instante técnico de un clic o un flash.  

Son las benditas redes, esas que nos pescaron hace tiempo...


el hombre iba a sacar la foto,
 el perro iba a ladrar un comentario...

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