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sábado, 20 de junio de 2015

Soy Gil

Soy el Perro Gil.
Pero no hago giladas...

Antes no le llamaban “bullyng”

Si habré padecido bromas, algunas sanas y otras de mal gusto, a lo largo de mi más de medio siglo recorrido. Entonces no existía el “bullyng”, pero se lo practicaba sin asco. Claro que estábamos blindados por una familia que si algo nos enseñó siempre fue a ser honestos y orgullosos de nuestro linaje, haciendo que aquellas bromas u ofensas, cayeran en saco roto siempre. Jamás sufrí por esa circunstancia, menos la sufriré hoy con el cuero ya curtido y habiendo doblado el codo de la vida.

"Honor te harán quienes te criticarán..." solía decirme mi abuelo, un gallego de pura cepa que supo venirse a estos lares para hacerse la América a su modo. Fue el dueño de la primera parada de taxis en la Curva de Maroñas, negocio que luego desechó no se muy bien por qué razón, convirtiéndose en albañil. La profesión lo dejaría postrado luego de un terrible accidente en que quedara sepultado por escombros, tirantes de madera y barro, en lo que era la construcción de un sótano fabril. De allí en más su cadera, absolutamente destrozada, lo llevó a valerse de dos bastones con los que arrastraba sus piernas dejándome el recuerdo intacto de aquella imagen digna de un trabajador y su secuela.

A ese “Gil” con mayúscula le siguió mi viejo, quien también dimensionó su apellido con una vida llena de trabajo que le permitirían llegar a ostentar el mayor grado operativo de aquella fábrica insalubre de carburo. “Oficial Mecánico Montador” - decía orgulloso quien entrara siendo un aprendiz que no sabía soldar y luego ingresaba a reparar los altos hornos de aquel emprendimiento bajo terribles temperaturas que lo terminaron quemando por dentro hasta que se jubiló. Llevó aquel orgullo hasta el límite y lo rubricó con el seudónimo que le robé, El Perro, puesto por su temperamental forma de ser imbuida de una fidelidad absoluta hacia sus compañeros de labor, quienes le honraron con el mote por ambas cualidades. Era también “el Gallego Gil, que de tal no tiene nada” como supo definirle un periodista en ocasión de una foto del Club Ciclista Fénix en que estaba presente junto al equipo de primera de los años 40, del suplemento “Ruedas, Pedales y Motores” del diario El País (si mal no recuerdo).

Eran los “Giles” de mi familia, a los que sigo yo, sin mucho para decir pero con la misma dignidad intacta que me supieron enseñar y que intento transmitir a mi hijo. Por todo esto y porque no sufrí del “bullyng” antes, menos lo sufro ahora, porque -además- ofende quien puede y no quien quiere.

Tremenda "gilada" por las redes

Un periodista la emprendió por estos días con este Gil. Un periodista que ha cometido una tremenda gilada (por usar una definición que deja implícita en su columna dedicada a mi persona), por cuanto presume que agendamos notas con periodistas cómplices. Es decir que a este “Gil” le hacen corte varios “giles” -muchos diría a estar por el relacionamiento que hemos cultivado en los últimos cinco años- que se entregan por conseguir una nota con las autoridades. ¡Cuánta soberbia... y toda junta!

Por si no lo sabe, las autoridades son quienes deciden a quien dan nota y lo hacen de acuerdo a sus posibilidades de agenda, siempre. Es de orden. Basta con razonar que hay decenas de medios que intentan llegar a ellos, pero son solo dos, tres personas que pueden atender a pocos medios, salvo cuando se lo hace en régimen de una conferencia o rueda de prensa. De otro modo se hace difícil. Y mucho más cuando el que se pretende es el propio Ministro, uno para varias decenas de solicitudes. ¿Se entiende o hay que explicarle?

Yendo al punto que me cuestiona, omite deliberadamente decir que se afilia -y lo sigue haciendo en las redes- a una noticia falsa que emitieron el día sábado 13 de junio pasado, cuando se hicieron eco de un rumor transformándolo en noticia que jamás desmintieron. La víctima jamás estuvo en Paraguay, no fue liberada ese día, no estuvo internada, pero su vida corrió peligro mucho más a partir de esa irresponsable divulgación que jamás corrigieron (sí lo hizo Montevideo Portal).

No hago alarde de nada, no acusé falsamente a ningún medio (en mi columna reseñé a cada medio según su responsabilidad inmediata, Sarandí como emisor y Montevideo Portal replicando la noticia falsa, que después rectificó). Emití opinión -en un libre ejercicio democrático- sobre lo que entiendo estuvo mal. Así se lo transmití a los propios periodistas que me convocaron el lunes siguiente y a quienes admiro y estimo como profesionales. Pero a quienes reiteré mi opinión y volví a marcarles su error.

Dice este periodista que “... Los medios de comunicación existen para dar información veraz y en el menor tiempo posible sobre asuntos relevantes y de actualidad. Pedirle a un periodista que se guarde las noticias es exponerlo a traicionar su vocación y su profesión.”

Suscribo totalmente esa afirmación, pero me surge una pregunta: ¿por qué no la aplica entonces? ¿Por qué sigue afirmando en las redes lo que no puede sostener en ningún medio sobre la falsedad más absoluta de lo que se dijo aquel sábado? Con su postura sigue alentando a los colegas a no reconocer que se equivocaron, cuando ya nadie discute la falsedad de aquella historia que la propia realidad se encargó de desmentir. 

¿Por qué – si sus colegas supieron de primera mano que no era cierta la afirmación, siguió sosteniéndolo en las redes y acompaña la postura de no reconocerlo con el mismo énfasis con el que se emitió el falso rumor? ¿Por qué pretende que el Ministerio del Interior vulnere la reserva impuesta a dar información sobre el caso a sabiendas que el silencio impuesto persigue un fin superior de proteger la vida de la víctima y el castigo a los culpables?

La reserva en dar información sensible sobre casos como este es de resorte personal de cada medio, de cada periodista. No puede apelarse a ninguna norma al respecto, solo a la ética y la responsabilidad de cada uno. Si nos pasara a nosotros, si le pasara al propio periodista... ¿actuaría igual? Teniendo la información de primera mano en ese caso, ¿la emitiría sin más y sin chequear? No resiste el menor análisis, basta un poco de sentido común y ponerse en el lugar de la víctima y sus familiares. Pero -además- reconocerse también víctimas, por cuanto como sociedad lo somos. A todos nos comprende el caso por cuanto lo importante era también el castigo a los culpables de este delito para que no prospere y se difunda como modalidad delictiva. ¿Es claro no? Pasó el caso Rospide y se convocó a los responsables de los medios. A esta altura se transmitió lo mismo en forma directa y personal a cuanto periodista se relaciona con nosotros. A todos, a los dóciles  y a los rebeldes -por razonar como el crítico analista.

Sobre el relacionamiento con los medios no es necesario ninguna aclaración. En estos cinco años y pico al frente de la comunicación de la cartera, si algo hemos cultivado fue un excelente relacionamiento con verdaderos periodistas que nos han enseñado mucho y con quienes mantenemos un intercambio fluido y permanente con profesional interés de ambos lados.

Cuando nos equivocamos pedimos disculpas, no tenemos prejuicios a ese respecto. Pedir disculpas no denigra a nadie, sino todo lo contrario lo enaltece porque – al fin y al cabo- solo quien hace algo tiene el derecho a equivocarse. Del error se aprende, y del reconocimiento de ese error mucho más. Mantenerse en el error sin reconocerlo nos pone en riesgo de caer en el ridículo, y mucho más cuando la realidad de este Siglo XXI nos golpea en la cara a una velocidad irresistible.

Del error se puede salir y levantar con dignidad; del ridículo no se vuelve ni aunque te hagas el gil...

el hombre firmó su nota:
orgulloso Perro Gil

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