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sábado, 21 de mayo de 2011

Tema inmediato: Vidas robadas

Publicado en La ONDA digital

Una semana trágica para el país y muy especialmente para Montevideo, el departamento que se lleva el triste récord de accidentalidad y siniestralidad con holgura.

Un taxista fue asesinado de un tiro a quemarropa por unos pocos pesos que pudo recaudar en una noche de suplencia y de “laburo”. Pero no fue el único caso, otro asesinato a sangre fría se llevó la vida de un guardia de seguridad que también eligió trabajar.

Dos casos recientes que nos hablan de una devaluación en los valores de convivencia por cuanto la vida se menosprecia y se la pierde por objetos materiales que no llegarán nunca a equiparársele, pero que son apetecidos por quienes hacen del consumo su razón de existir. Un consumismo que se roba nuestras vidas, ya sea porque nos esclaviza con sus deudas; o porque nos la roba alguien que sin pedir permiso la toma para hacerse de algo que intentamos defender. Sea cual sea la razón la ecuación no es pareja, pareciera que la vida no vale nada.

La delincuencia no repara hoy en esos aspectos ni mucho menos; para ellos no hay valores o están absolutamente subvertidos. Es evidente que este tema se debe atender de inmediato. Y no es solo por el lado de la delincuencia sino también por el lado de la ciudadanía que cede a la tentación consumista dejando flancos indefensos.

No hay causas sin efecto ni viceversa. Saber cuál de ellas está primero no aporta mucho a la solución del problema, pero el saber que ambos aspectos son reales quizás nos ayude a comprender mejor el tema y procurar una solución. Existen “necesidades” insatisfechas que se contemplan delinquiendo; y están las mismas necesidades que se cubren trabajando. En la elección de la forma de satisfacerlas está el punto de quiebre. Lo triste es que hay generaciones que se criaron en una y otra simultáneamente. Y ello pasó sin darnos cuenta o por lo menos, sin prestarle la debida atención. Hipócritamente miramos para el costado pensando que nunca nos afectaría y sin embargo hoy pagamos el caro precio de esa convivencia y/o coexistencia.

Así ocurrió que un trabajador del taxi no aplicó una regla de seguridad que imponía la prohibición de uso del asiento delantero en horas de la noche. Seguramente porque pesó en él la necesidad de sumar otro viaje a una noche escasa de clientes, con la desgracia de que sería el último viaje de su vida.

Y también ocurrió que una empresa de seguridad, (como muchas), no ofreció los elementos de protección indispensables para la tarea a sus funcionarios, poniendo en riesgo la integridad de éstos a la vez que imprimió al servicio una debilidad que aprovecharon los delincuentes. Otra vez el afán consumista está presente, esta vez en la ambición comercial que no cedió fracción de ganancia alguna y dejó empleados indefensos.

Así y todo, Montevideo sigue siendo una ciudad hermosa y segura. De ese modo nos la describen los que vienen de otras realidades no tan lejanas a nosotros. Sin embargo los uruguayos nos comparamos con nosotros mismos y no aceptamos excusas. Todavía nos impactan fuertemente situaciones como las descritas con resultados de muerte; todavía guardamos signos de humanidad; todavía tenemos la sensibilidad suficiente como para rebelarnos y plantear alternativas que eviten estas tragedias.

La economía sigue su expansión, el comercio se intensifica, los espacios comerciales crecen y se multiplican; sin embargo existen sectores que no participan de esas mejoras pero las desean. Tanto como para pretenderlas a cualquier costo y de cualquier manera. Ese es el mayor problema a resolver, intentar que no sea a cualquier precio.

Una vida no vale cuatrocientos dólares (lo que cuesta un chaleco antibalas), es muy bajo precio para una alternativa como la eternidad.


el hombre miraba la vidriera,
el perro tiraba de la correa para que no se tentara


Nosotros y los miedos

Publicado en La ONDA digital

 “Un 2 de abril de 1982 se estrenaba en Argentina un ciclo de unitarios de la directora Diana Alvarez que supo tener entre sus principales figuras a actores de la talla de Rodolfo Ranni, Miguel Angel Solá, Olga Zubarry y Ana María Picchio, entre otros. El país vecino desafiaba la censura en los últimos tiempos de la dictadura militar...”

A más de 25 años de culminada nuestra triste historia dictatorial, hablar de miedos me resulta un disparate. Sin embargo hay quienes intentan distraer y entreverar el panorama actual metiendo el “cuco”. Justo en un país que demostró no hace mucho, que no es por la vía del miedo que podrán torcer su voluntad.

En tiempos de elecciones –de balotaje más precisamente- intentaron la misma maniobra diciendo que los tupamaros eran los dueños de un arsenal encontrado en plena ciudad de Montevideo, y tuvieron la osadía de hacer una campaña publicitaria exclusiva para el interior del país, lugar donde –a su juicio- residía una población a la que el “cuco” todavía le causaba mala impresión.

En estos días se pretende disfrazar la realidad agitando viejas tentaciones y los titulares de prensa se despachan día tras día develando el clima hostil que genera la probable (¿?) sanción de la Ley Interpretativa que pondría (¿?) fin a la Ley de Caducidad. Para colmo apareció el video! Una puesta en escena que se  parece a una emisión de Crónica TV, (reproducida hasta el hartazgo por los programas de repetición de bizarradas argentinos, que pululan también en nuestra televisión abierta).

Si algo me queda claro es que no tengo miedo a los militares ni a como puedan sentirse afectados por la anulación de la Ley de Caducidad. Mi miedo es otro diametralmente opuesto a ese. Tengo miedo de poner en juego la esencia misma de nuestra democracia (que no deja de ser la misma del resto del mundo libre).

Aborrezco hoy como ayer la triste solución alcanzada por nuestra sociedad para hacer justicia (¿?) a los violadores de los derechos humanos durante la dictadura. A tal punto que me siento orgulloso de haber integrado el río verde que pujó para plebiscitar esa ley que hoy nos tiene en vilo a los uruguayos. Nos tocó perder aquella primera vez y también perdimos otra vez en el 2009. Perdimos frente al soberano, que no es poca cosa, sino la esencia de esta democracia que hemos consolidado felizmente.

Dejar que nuestros legisladores –legitimados en sus cargos por el mismo soberano-  resuelvan el diferendo no me parece la solución adecuada. No porque no puedan hacerlo, reitero: están legitimados por la ciudadanía que los votó; pero cuando la misma ciudadanía ejerce el derecho soberano de expresarse, imprime al tema en el que se expidió, una especie de velo exclusivo e inalterable que no podemos soslayar. ¿Les suena aquello de “mi voluntad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana”? Pero, repito, es una opinión más filosófica que jurídica.

No lo admito, (pero puedo equivocarme), que haya sido por miedo que los uruguayos convalidamos la ley de caducidad en 1989. Recién salíamos de la dictadura y la actitud de Medina encofrando citaciones judiciales era una bravuconada que todavía se animaban a hacer. Hoy es impensable –salvo estas payasadas audiovisuales- que son una provocación a la risa más que un peligro latente.

En definitiva el miedo que me invade es desconocer al soberano, por la razón de ser quien es. Poner en duda dos pronunciamientos de la ciudadanía es un error que no podemos permitir, pues hacerlo pondría en duda también la legitimidad que inviste a un uruguayo cada cinco años como Presidente de la República. ¿Quién garantiza que no surja quien cuestione la legitimidad de una elección nacional si permitimos hoy que se concrete la votación de esta ley interpretativa? Si vale para desatender dos pronunciamientos populares, ¿por qué no puede valer para anular una elección nacional? ¿Alguno se hizo esa pregunta?

Por otra parte tengo el presentimiento –casi la certeza- que si hoy ponemos esta ley a votación plebiscitaria, nuevamente el soberano la mantiene firme. No porque sean una abrumadora mayoría sino porque la mitad más uno les alcanza y la gurisada joven no tiene ni idea de lo que pasó hace 40 años.

No hay argumento para contrarrestar el dolor de los familiares de detenidos desaparecidos, y me sumo a quienes piensan que tampoco hubo ni un dejo de arrepentimiento de los militares. Ninguno pidió perdón por las atrocidades realizadas contra uruguayos como ellos que por el simple hecho de pensar distinto, fueron asesinados. Tampoco tuvieron la sensibilidad de decirnos donde están sus restos para poder cerrar ese espacio abierto en la memoria que sigue siendo ocupado por un signo de interrogación. No tuvieron, siquiera, dignidad para ello.

Hoy estamos en una encrucijada en la que nos metimos solos, casi sin quererlo. Buscando el mejor resultado, pero sin darnos cuenta que cualquier resultado sería incompleto. No es por miedo que se busca otro camino. Más bien es por respeto a nuestra más cara esencia institucional, y a la defensa de un mecanismo de democracia directa como el plebiscito. Si matamos esta (doble) decisión soberana, tengo miedo de matar un pedazo enorme de democracia.

 Y a esta altura, tengo miedo de seguir escribiendo.

el hombre miraba el horizonte,
el perro también.
Los dos buscaban una respuesta ...